Se vincula la poesía porteña con lo tanguero. Y quizá no esté mal. Con letristas como Alfredo Le Pera, Celedonio Flores, Homero Manzi, Eladia Blazquez y tantos otros hasta hoy, el aporte de la música que nacíó en este arrabal del mundo no es menor para el ars poético de la ciudad. Pero también la poética urbana se fundió en el espíritu versátil de aquella aldea cosmopolita que devino en conglomerado diverso y referencial, que es brisa o ciclón, según nos toque.
De ese espíritu singular, está signada la generación de los ´60, cuya producción múltiple, resignificó el género con estilo y belleza de versos inolvidables. Sería extensa la nómina de autores que merecen un justo reconocimiento por su aporte, los cruces con otras formas literarias y la expirementación contínua. Pero en la revisión, quiero brindar mi homenaje a Juana Ciesler, quizá quien mejor interpretó las nuevas pulsiones crecientes en una ciudad que busca, incesante, liberarse de toda forma de opresión, con y sin barbijo.
Baste recordar sus colaboraciones frecuentes en los suplementos culturales, entre ellos el legendario sepia de La Prensa, y páginas culturales de otros matutinos que contaron con su verbo fluído y fresco. La ví un par de veces en algún bar de la calle Viamonte, y mucho después en un día fatal, donde se grabó para siempre su nombre, que ya trascendía en el ámbiente de la crítica y lectores. De apariencia frágil, afrontó con entereza de gigante los sinsabores frecuentes de una vida intensa, y un imaginario sin límites. Autora de una obra extensa, y a menudo poco difundida, Juana era el latído cotidiano, el verso preciso que reflejaba el rumor urbano, con sus alegrías y tristezas, con generosidad y miseria.
Seguí sus poemas con la precisión de un entomólogo, hasta que descubrí su ausencia. Las líneas que habían marcado nuestra plenitud, marcaban la falta de una pieza, que comencé a buscar en estos tiempos de soledad extendida, con más ahínco que en épocas anteriores. Porque sólo recordar sus primeros versos, hacen del poema un grito de batalla ante cualquir desaliento. Renacer cada día, descubrir un mundo nuevo, enfrentar el desafío del deseo, volver a mirar como la primera vez. Quizá suceda, y seremos imbatibles, o mejor aún, recorreremos caminos nuevos tropezando con escollos impensados. Dicen que después de la pandemia, nada será igual, la vida tornará restrictiva y lejana en sentimientos, con tapabocas y guantes de látex. Sin embargo, aquellas palabras finalmente halladas, deberían ser una bandera, para quienes puedan erguir su corazón y darlo todo.
«Recomenzaré el Poema
demasiado rojas estaban las dalias
demasiado gris el cielo de la lluvia
demasiado el corazón el bienamado
languidecía en desvelo
demasiado creí que serías la enviada
demasiado viví en vigilia desde entonces
no olvidando los períodos de sueño
demasiado es este Todo en que gateamos
pero es poco el amor que circula por la calle
salvo el corazón de los poseídos por la luz
aunque de mendigos disfracen.
Demasiados harapientos hay por la tierra
desheredados del alma
pero vos y yo podríamos repetir el milagro
y, esta, entre jazmines, invitación, es lo más hondo
que proponerte puedo
repetir porque dicen que todo ya fue
pero en prados nuevos bajo el sol que elegimos
Cal: El milagro del amor» 26/3/93 Juana Ciesler (publicado en el diario La Nación)
Pd: La presente nota no hubiera sido posible sin la colaboración de Beatriz M. .Eternamente agradecido.
Jorge A. Avila.