Por Jorge A. Avila
Las distintas instancias políticas que ha surcado la llegada de la pandemia y sus restricciones territoriales, en cuanto a desplazamientos y circulación, merecen un capítulo aparte en esta prolongada, tal vez interminable, emergencia social. En principio, las autoridades respectivas establecieron una suerte de vademecum que se suma a los retornados peajes cómplices. Para ingresar a la ciudad, conviene buscar los accesos menos transitados, cuando haya variantes. Además de contar con los papeles en regla, los permisos y excepciones, los límites urbanos se han transformado en una suerte de fronteras de países de Medio Oriente, con retenes y operativos «ad hoc» para las siempre ávidas policías actuantes.
Con un orden digno de mejor causa, efectivos de la ciudad, la bonaerense y federales, a su turno suelen encontrar diversas objeciones habitualmente fungibles. Además del exceso de tiempo que el hecho conlleva, los bolsillos ya exhaustos del ciudadano sufre nuevos embates cotidianos. Cabe consignar que la modalidad, cuenta con una llamativa rotación por los diversos accesos porteños. Un día toca Puente Saavedra, otro la Autopista Buenos Aires-La Plata, luego Gaona o la extensa avenida Rivadavia en la zona de Liniers, entre otros.
Restaría conocer si los efectivos cuentan además con un calendario para cada semana. Así nos preparamos para los bocinazos y arriesgadas maniobras de los ansiosos usuarios. Pero, repitiendo el esquema, y mientras el ex intendente de Junín (hoy ministro de Transporte) clava alfileres en muñequitos de Moyano (padre e hijos), la situación se reitera con mayor gravedad en los límites provinciales, que en varios casos han ratificado su condición de feudos, dirigidos desde los castillos piramidales en que se han transformado algunas sedes de gobierno. Tal es el caso de la bella San Luis, donde para ingresar conviene tener hasta pasaporte ucraniano. A tal punto ha llegado el celo, que muchos conductores optan por rutas alternativas para llegar a otras provincias cuyanas, o volver de ellas. Similares condiciones se han reportado en La Pampa, y el Litoral, sin contar a las impolutas Catamarca, Formosa y otras provincias, donde no se registran o son escasos los casos de contagio.
En el feudo gobernado desde hace décadas por Gildo Insfrán, la estadística debe contemplar a los numerosos hermanos paraguayos que cruzan la frontera para buscar los planes sociales, ayudas y asignaciones diversas que el generoso mandatario deposita mensualmente en los bancos provinciales. Los casos cordilleranos resultan más inescrutables y poco se ha hablado de ellos. Quizá los fríos vientos de las altas cumbres incidan. Lo cierto es que, más allá de la eficacia de los protocolos estipuladps en las distintas actividades productivas, los transportistas reiteran todas las semanas quejas, por los impedimentos de diverso orden que deben afrontar para cruzar de una a otra provincia. La conclusión es que una de las derivaciones del Covid 19, es el renacido federalismo que esta vez no se nutre de afanes institucionales, sino del miedo a la irradación de la amenaza invisible.
Como si fuera poco, cuando los exhaustos conductores llegan al puerto porteño, la Prefectura está abocada a la contención social de las villas cercanas, y no a ordenar las terminales de carga, donde habitualmente reina el caos, o un régimen cuasi mafioso de imposiciones amparadas por vetustos reglamentos.
Conclusión, el tránsito pesado ha vuelto a ser un martirio de la ciudad, ya que la transferencia de administración del complejo portuario a las autoridades porteñas, no fue logrado por el anterior gobierno, y todo indica que la «nueva normalidad» hará añorar las calles desiertas tras el «rigor panicus» de las primeras semanas de aislamiento.