Por Jorge A. Avila.
Hace algunos días, las definiciones presidenciales sobre las patéticas miserabilidades empresariales, y la ejemplaridad sindical motivaron debates diversos. Por cierto, la generalización, en el primer caso, y la individualizan en el segundo, provocaron respuestas de distinto tono e índole sobre apreciaciones que sólo por la excepcionalidad de la situación, podrían entenderse como extravagante búsqueda de mayor poder, en un contexto altamente fluido por la pandemia global. Empero, las palabras presidenciales no repararon en otras miserias y ejemplos cotidianos en las calles porteñas que quizá por el marco de aislamiento se han potenciado. Vayamos a ejemplos puntuales sobre el primer punto:
1) El «posnet» averiado: como es de público conocimiento y quedó demostrado en las peligrosas aglomeraciones de jubilados, el «hombanking» es una modalidad notablemente esquiva para los mayores. Incluso, el uso de tarjetas de débito implica reparos y escasa confiabilidad en el sector. Ni hablar de las tarjetas de crédito, cuya peligrosidad es advertida por todos.
Tras el depósito de haberes correspondiente, muchos comenzaron a buscar lugares para el pago de servicios y otros gastos. Aquí se inicia una aventura telefónica, ya que al consultar los «call center» de las principales compañías que se dedican a la recaudación, voces con notorios acentos caribeños (tal vez desde Bogotá, Caracas o Santo Domingo), nos consultan desde donde llamamos, y luego informan si hay algún lugar cercano donde pagar, con evidente desconocimiento de la geografía porteña o con un nomenclador de calles desactualizado.
Tras varios esfuerzos, se logra establecer algún punto donde oblar las facturas, medianamente cercano. Cuando se llega a ellos, y luego de una extensa fila que realizamos mansamente, entregamos nuestras boletas y la tarjeta de débito para acreditar el cobro. Entonces, algúna simpática muchacha, nos informa que la misma «no pasa» . Sorpresa, hay que pagar en efectivo. Los locales de cobro están «haciendo caja», es decir reuniendo efectivo. A veces se logra salir del trance, pero otras no, por el monto a abonar. La experiencia ha sido advertida en varios casos, y todo indica que es práctica habitual de estos miserables.
2) El colectivo inalcanzable: uno supone que con calles liberadas y desiertas, se facilita el tránsito para el transporte público. Grave error. En muchos casos los buses sorprenden a quien intenta utilizar el servicio, ignorando completamente a los usuarios que ordenadamente se encuentran en las paradas reglamentarias. Tras varios intentos infructuosos, cuando se alcanza a subir al micro, y tras las bandas o telones de hule que separan al conductor, para expresar la queja, la respuesta es displicente. «Nadie puede viajar parado» afirman. Uno mira con desconcierto el par de pasajeros que lleva, igual que los colectivos previos, y solo puede atribuir al desdén o encono tal actitud, propia de miserables.
3) Los dueños de mascotas: ya antes de la pandemia, eludir las deposiciones dejadas por los adorables animalitos, era un deporte de riesgo para todo porteño que se precie ( y aprecie especialmente su calzado). Si bien ahora se ven algunos más con las bolsitas correspondientes para recoger las heces, ninguno tiene lavandina y cepillo para dejar el lugar medianamente limpio como reclama machaconamente el gobierno de la Ciudad. Tal descuido, es quizá el reflejo del desprecio por la vida social que hacen gala estos miserables. Se podría extender largamente la lista, pero pasemos a un plano más positivo; la gente que en tiempos difíciles facilitan las cosas.
1) Los chicos/as del delivery (no las empresas, que deberían estar en el rubro previo): celeridad en la entrega, buena onda, cuidado en el trato de lo que trasportan, y si no hay cambio para el importe del envío reducen su ingreso cobrando cifras redondas. Nos dejan una sonrisa en el alma con su ejemplo. ¿ Tendrán sindicato que los defienda de los habituales abusos ?.
2) Empleados de farmacias: cuando se presenta algún inconveniente con recetas o dificultades por el tipo de medicación, buscan resolverlo. Además dan orientación para tener los productos adecuados, y muchas veces buscan los de menor precio, que considerando las subas de este rubro, es una bendición. Quizá haya excepciones, pero la experiencia propia y de allegados, es ejemplarmente favorable.
3) Kiosqueros y empleados de comercios chicos: No sólo atienden los pedidos sino que se transforman en punto de referencia inefable en cuanto a consulta de calles o itinerarios posibles. En medio del desierto urbano, brindan a su modo un ejemplo solidario. Como podrán advertir las autoridades, nacionales y locales, al margen de loas y diatribas, las acciones que surgen en una etapa de crisis, suelen dejar al descubierto actitudes positivas y negativas, que muchas veces pasan inadvertidas. La pregunta es: ¿ es aplicable este criterio para las categorías citadas por la oportunista voz presidencial ?.