Caminar es una excelente opción para conocer este bello pueblo centenario que es custodiado por una formación rocosa, decidida a imitar al extraño paisaje lunar.
Estas vacaciones de invierno, una de las mejores formas de descubrir los bellos rincones de la ciudad que sin lugar a dudas es el Portal de acceso a los maravillosos lagos andinos patagónicos, es entregarse a la dulce y placentera tarea de caminar.
Solo se trata de tomarse unos minutos para conjugar en una sola actividad la oportunidad de distendernos y al mismo tiempo disfrutar del paisaje, repleto de viejas historias que sintetizan el presente de la ciudad.
Una de las posibilidades es recibir en la oficina de turismo de la localidad, un mapa con todos los senderos y huellas que se pueden desandar en Piedra. Mapa en mano, es ideal emprender una caminata corta y accesible hacia los tallados realizados por el escultor Borges Linares.
Estas increíbles figuras que ya tienen más de tres décadas llegan a medir hasta diez metros de altura y fueron labradas sobre la formación rocosa que da origen al nombre del pueblo. Son reliquias que demuestran el arte de un escultor español, Juan Borges Linares, que se inspiró en la historia de la cultura originaria para llevar adelante parte de sus trabajos. Esta tarea alcanzó su máxima expresión a mediados de los ‘70 y requirió de la colaboración de algunos jóvenes lugareños.
Subidas y bajadas, en medio de la inmensidad del cordón rocoso, que por cierto nunca deja de ser tan imponente como deslumbrante, insinúan la llegada al antiguo cementerio donde se reviven historias atrapantes, llenas de intriga y que susurran raíces de este pequeño gran pueblo. A pocos metros de allí se encuentra la legendaria casa donde Ernesto “Che” Guevara y su eterno compañero de aventuras Alberto Granados, pudieron reparar su maltrecha moto “La Poderosa”, gracias a la habilidad del único mecánico de Piedra del Águila.
Hoy la propiedad que albergó a los viajeros, tiene más de 80 años y mantiene con cierto estoicismo su construcción de adobe y piedra. Está ubicada en la intersección de las calles Primeros Pobladores y David Zapata, que llamativamente fueron las dos arterías fundacionales de la localidad en la que hoy viven más de 5000 personas. En sus orígenes funciono allí el juzgado, y en la década del 50 se convirtió en el taller mecánico donde se soldó el cuadro de (La Poderosa – Norton 500)
Desandando un par de calles del centro, se pueden observar los emblemáticos monumentos al Águila y al Pescador, quizás las primeras postales que suelen vislumbrar los turistas que arriban a esta localidad, que ostenta con orgullo, ser la única ciudad de la Argentina que concentra dos represas, a menos de 30 km. De distancia. A pasos del centro neurálgico, se levanta el Museo Arqueológico que exhibe la fantástica historia de la construcción de ambas represas, y decenas de elementos que testimonian la vida de los pueblos originarios.
Hacia el espejo de agua.
A sólo 5 km, los amantes de las caminatas un poquito más largas y de la vida al aire libre, pueden disfrutar del perilago del lago Pichi Picun Leufú. Allí se levanta Kumelkayen, un centro recreativo acuático municipal que cuenta con todos los servicios necesarios, a los que se suman una confitería, la oficina de informes turísticos, un camping organizado y estacionamiento.
Con más de 250 metros de iluminación, la costanera está rodeada de una contundente parquización, que contrasta con el ambiente paisajístico arbustivo natural de la región. Es el refugio ideal para realizar actividades como windsurf, kayaks, futbol, vóley, básquet, bicicleta y pesca deportiva, entre otros.
Piedra del Águila dejó de ser un lugar de paso, para convertirse gracias a sus encantos y atractivos, en un destino más para disfrutar de unas cálidas vacaciones en familia, o simplemente descubrir en soledad, de los mejores placeres de la vida.