Cada 15 de septiembre, una imponente procesión recorre calles céntricas de la ciudad hasta concluir en la llamada Renovación del Pacto de Fe, entre los devotos y sus patronos espirituales.
En la Ciudad de Salta, es otra Primavera. Salta es linda siempre, pero en septiembre transcurre singular, diferente. Vive bajo el manto protector del Señor y la Virgen del Milagro, entronizados en la Catedral Basílica, a cuyos pies llegan miles, incontables peregrinos para agradecer, rogar, adorar… O solo para vivir la propia experiencia del significado y el sentir del tiempo del Milagro que tiene su punto culminante en la sorprendente procesión de cada 15 de septiembre, una de las más multitudinarias del país.
El Señor y la Virgen del Milagro, santos patronos de esta ciudad, son el epicentro y la razón de ser de una religiosidad popular que todo lo trasciende. Días y noches, por rutas o caminos ripiosos, entre cerros y valles, los piadosos desandan distancias, cientos de kilómetros durante varios días hasta llegar, con el último aliento, hasta las imágenes sagradas donde saben que encontrarán el descanso que necesitan.
Pero jamás están solos en el camino. La aceitada logística de esta celebración prevé todas las respuestas a cada posible demanda de los caminantes. En cada paraje, cada escuela, cada iglesia otros grupos los esperan con agua, comida y cobijo, rezan y cantan con ellos, piden por ellos, los acompañan. No hay pueblo ni paraje del territorio salteño que quede al margen.
La historia cuenta que, en septiembre de 1692, en ocasión de registrarse fuertes terremotos, la gente corrió desolada a la plaza, frente a la iglesia a pedir protección para la ciudad. Fue entonces cuando las campanas llamaron a la primera procesión para clamar misericordia; a los pocos minutos la tierra dejó de temblar. Entre aquellos hombres y mujeres y el Cristo y la Virgen se selló el Pacto de Fidelidad, ese mismo que año tras año se renueva.
El Tiempo del Milagro es un ícono de Salta, un sentir caro al sentimiento de su pueblo. Un fenómeno para descubrir o compartir desde la profundidad de la fe o desde la respetuosa observación y acompañamiento.