Ese apasionado de la Patagonia que fue Germán Sopeña publicó, en 1985, el libro “La libertad es un tren”; dedicado a otra de sus aficiones: los ferrocarriles. La posibilidad de recorrer extensos territorios, pensando libremente al ritmo acompasado de una locomotora, lo llevó a nombrar así su obra. Parafraseando el título de Sopeña, y forzando la metáfora, podría decirse que también la Literatura es un tren; porque viajar en ferrocarril siempre tiene algo de aventura, al igual que internarse en un texto literario. Tal vez se conozca el destino, pero no se sabe lo que sucederá en el trayecto; ni a bordo de ese ingenio donde convive una heterogénea población, ni entre las páginas del volumen en las que el escritor oculta sorpresas.
Sin embargo, el autor que tanto se interesó por la región no profundizó en su libro el periplo en un tren patagónico. Sí lo hizo, en cambio, Paul Theroux; quien destina los dos últimos capítulos de “El viejo expreso de la Patagonia” a sus viajes en sendos “expresos” australes: el “de los lagos”, que lo lleva de Buenos Aires a San Antonio Oeste y desde allí por la “línea sur” hasta Ingeniero Jacobacci; y el que da nombre al volumen, referido a la “trochita”. En sus páginas Theroux acumula el valor agregado de una prolongada entrevista a Borges, en la que éste da una definición de la Patagonia: “Es un lugar desolado. Un lugar muy desolador”.
Existen en la Patagonia siete ramales ferroviarios; unos en servicio, otros inactivos. Desde la provincia de Río Negro hacia el sur, los primeros rieles son los que unen Bahía Blanca con Río Colorado; y de allí a Zapala. Raúl Gorráiz Beloqui los pinta en su libro “Huroneadas”, de 1931. Aplicados hoy al transporte de carga, hay un par de proyectos para ampliar su actividad. La siguiente vía férrea, mencionada por Roberto Arlt en su serie de notas de 1934 reunidas con el título de “En el país del viento”, partiendo de la misma Bahía Blanca llegaba, por Carmen de Patagones, a Viedma; y de allí a Bariloche. Sólo está en servicio ese último trayecto. De esta línea se separa en Ingeniero Jacobacci el ramal de trocha angosta que termina en Esquel; cuyo tramo final, a partir de El Maitén, tiene ahora un uso turístico. Fue objeto de atención de varios autores, como Sergio Sepiurka y Jorge Miglioli con “La Trochita”, Jorge Oriola en “La Trocha y los ferrocarriles patagónicos”; y Erica Yamila Paludi con “Rieles en la Patagonia”.
En la provincia del Chubut se sitúa, además de la terminal de la “trochita”, el tren que unía Puerto Madryn con Trelew. En esta ciudad conectaba con los carriles que iban de Playa Unión hasta Alto Las Plumas, con una derivación al Dique Ameghino. Ambas líneas se desactivaron en 1961. Su historia es contada por Clemente Dumrauff en “Ferrocarril Central del Chubut”, por Kenneth Skinner en “El ferrocarril en el desierto”; y también por Matthew Henry Jones en el primer tomo de su obra “Trelew”. Más al sur, se halla la vía que une Comodoro Rivadavia con Sarmiento, cerrada en 1978, sobre la cual trabajó Alejandro Aguado en “Aventuras sobre rieles Patagónicos” y “Cañadón Lagarto. 1911- 1935. Un pueblo patagónico de leyenda, sacrificio y muerte”. Cabe mencionar que en la zona existía además un corto ramal, entre Comodoro Rivadavia y Rada Tilly; escenario de un terrible accidente en 1953.
Dos líneas se emplazan en la siguiente provincia, Santa Cruz. La primera unía, hasta 1978, Puerto Deseado con Las Heras. Se refieren a ella muchas obras, por ejemplo “El tren y sus hombres” escrito por Andrés Lagalaye, Emilio Camporini y Florencia De Lorenzo; “Historia de un ferrocarril patagónico” de Graciela Ciselli, Susana Torres y Adrián Duplatt; “A la orilla del Ferro-carril” de José Alberto Alonso; y “Mi vida, el Ferrocarril”, de Diego Esteban Aguirres y Carlos Gómez Wilson, con la colaboración de Pedro Urbano y Ricardo Vásquez. La otra línea, el Ferrocarril Carbonífero entre Río Gallegos y Río Turbio, subsiste aun con morosa frecuencia.
Por último, en la provincia de Tierra del Fuego hay un ramal solitario, no incluido en los siete mencionados al inicio. Es el que se usó en el penal de Ushuaia entre 1909 y 1947 para transportar la madera extraída en el bosque cercano, del que se habla en el libro “El Tren del Fin del Mundo” de Hernán Pablo Gávito. Líneas de este tipo, construidas con fines específicos, hay varias. Una de ellas se empleó a principios del siglo XX a fin de acarrear el mineral extraído en las Salinas de Península Valdez hasta Puerto Pirámides, descripta con mucho detalle por Juan Meisen en uno de sus “Relatos del Chubut Viejo”. Otra se destinó a transportar material de construcción en el Dique Florentino Ameghino, hacia 1960. Una de sus dos máquinas, la llamada “Rodolfo”, languidece en la parte trasera del Museo Regional de Trelew.
La ficción patagónica también tomó a los ferrocarriles como tema: tal es el caso de los cuentos “Los amigos”, de Angelina Covalschi, de Rada Tilly; y “En viaje”, de Marta Perotto, de El Bolsón. Lo que no es raro porque, ya sea plenos de vida y de andares agitados o apenas recordados por las instalaciones abandonadas “donde los cardos rusos celestes taparon hasta el tanque de agua”, al decir del poeta Cristian Aliaga en “Las estaciones se repiten” de su “Música desconocida para viajes”, los ferrocarriles serán siempre motivo de inspiración para el escritor.