Ceferino Namuncurá, nació el 26 de agosto de 1886 en Chimpay y falleció el 11 de noviembre de 1905 en Italia, a los 18 años. En 1924, sus restos fueron repatriados y depositados en Fortín Mercedes, a orillas del río Colorado. En el año 2007, después de estudiar algunos de sus milagros, el papa Benedicto XVI dispuso la beatificación del joven mapuche.
Dos años más tarde, por pedido de la comunidad mapuche Namuncurá, afincada en San Ignacio, se trasladó la urna con las cenizas del beato al paraje neuquino.
El santuario está ubicado a campo abierto, a dos kilómetros de la escuela y centro comunitario de San Ignacio, al pie del cerro que lleva el nombre del beato.
La comunidad Namuncurá se mudó al territorio neuquino a fines del siglo XIX, cuando las autoridades nacionales le otorgaron un terreno en donde hoy está el paraje San Ignacio y luego de años de espera infructuosa por la titularidad de las tierras en Chimpay.
El milagro de Ceferino
Con una voz suave pero firme Valeria Herrera rememora, “tenía 24 y me estaba muriendo. El dolor más grande era dejar a mi esposo, aquí, solo y sin hijos. Por eso le hablé a Ceferino. Más que nada lo increpé: ¿Te hace falta un milagro para ser santo? Bueno, hacémelo a mí».
A Valeria le habían diagnosticado poco tiempo atrás, un coriocarcinoma tan virulento, que podría hacer metástasis en los pulmones y el cerebro en pocas semanas hasta matarla. Tanto así, que hasta que un viernes le dieron turno para que el siguiente lunes, «y con toda urgencia», comenzara con las sesiones de quimioterapia.
Esa noche, en su casita del Valle de Punilla, Valeria le contó a su esposo el diagnóstico. «Yo me quedé en mi dormitorio y encontré una revista con la historia de Ceferino Namuncurá. El había misionado también entre los indígenas. Era joven como yo. Tenía 19 años. Yo 24. Me sentí cerca, como un igual. Y sí, confieso, hasta pequé de soberbia cuando le exigí que me ayudara. Miré la imagen y supe que me iba a ayudar».
Valeria recuerda como si fuera hoy ese lunes de la fallida quimio: «Llegamos y la doctora, antes de hacerme pasar al tratamiento, me revisó y abrió grande los ojos. ¿Qué hiciste este fin de semana? ¿Qué pasó aquí?», recuerda que le preguntó. «Vos estás sin tumores. Algo raro pasó acá», repetía la doctora, incrédula, mientras Valeria miraba mucho más allá del cielo raso y tenía plena certeza de lo que había pasado. «¿Usted cree en los milagros?», lanzó a la sorprendida profesional. Y se contestó a sí misma: yo sí.
El cáncer desapareció por completo. Los médicos cerraron su historia clínica con dos palabras «involución espontánea».
Hoy, Valeria, absolutamente sana, abraza entre sollozos de alegría y agradecimiento, a una de las tres hijas que concibieron con su esposo.
La causa llegó a Roma desde Córdoba, donde durante cuatro años se estudió y la Congregación para las Causas de los Santos dictaminó que, desde el punto de vista clínico, la curación sometida a su juicio científico, era inexplicable.
La sesión del 15 de mayo de cardenales y obispos aprobó por unanimidad el milagro atribuido a la intercesión del venerable Siervo de Dios Ceferino Namuncurá. Y el 6 de julio Benedicto XVI firmó el decreto sobre el milagro por lo que Ceferino fue declarado beato.
En una multitudinaria y emotiva celebración, que combinó los rituales mapuches con la liturgia católica y que fue concelebrada por el hoy Papa Francisco, Ceferino Namuncurá, fue declarado beato.