Sentí Argentina

Salta celebró la Pachamama en San Antonio de los Cobres a 3700 metros sobre el nivel del mar

La fiesta central de la Pachamama en Salta se celebró en San Antonio de los Cobres, un pueblo de los Andes a 3.700 metros de altura, donde un cacique kolla encabezó los rituales y rogatorias, a lo que siguió una fiesta popular.

La fiesta, como cada 1 de agosto, alteró la apacible monocromía de este pueblo al que se llega tras recorrer 165 kilómetros de caminos de montaña desde la ciudad de Salta, en buena parte de ripio y polvo, entre impresionantes paisajes y un cielo que se torna más azul al tomar altura.

Allí viven unas 7.000 personas –incluidas las de una base del Ejército- en una zona donde el aire tiene poco oxígeno, la tierra es de un amarillento reseco por el sol que llega despiadado desde uno de los cielos más diáfanos del mundo y cuyos vientos desparraman su polvo salvajemente en la altiplanicie.

La dura vida de este enclave puneño tuvo ayer una de sus revanchas anuales –la otra es el carnaval andino- y la música, el color y el humo de las sahumadas invadieron las calles, todos compartieron comidas y bebidas y se entremezclaron bailando entre ellos y con turistas que llegaron en el Tren a las Nubes.

Desde muy temprano, de las viviendas surgía un humo azulado con el que los vecinos sahumaban sus hogares, pertenencias, vehículos, ropas y a sí mismos, para purificarse y protegerse contra todo lo negativo, en un ritual preincaico de los primeros habitantes de esa tierra.

La ceremonia se complementa con las ofrendas para alimentar a la Madre Tierra, mediante un pozo en el que se depositan alimentos, bebidas, cigarrillos y hojas de coca para congraciarse, agradecer, pedir perdón y rogar bienestar a la Pacha Mama.

Pasadas las 16, frente a la estación de trenes comenzó el ritual público, para el que también llegaron centenares de habitantes de otros pueblos y parajes de la puna.

Miguel Siares, cacique de la comunidad Kolla Unida, encabezó la fiesta con plegarias en castellano y quechua, vivas a la Pacha Mama y reiteradamente la frase «kusilla kusilla», que según algunos significa «alegría» y para otros es una rogatoria para que la Tierra siga brindando lo necesario para la vida del hombre.

La Fiesta de la Pachamama se celebra en los hogares de la región desde tiempos inmemoriales, pero la fiesta popular de San Antonio de los Cobres se realiza desde hace 20 años, tras un largo debate de los vecinos, ya que para algunos era una ofensa a la Madre Tierra llevar el festejo más allá de sus creyentes.

Sin embargo, ahora todos están conformes con esa decisión, porque difundió esta creencia y trajo nuevos adeptos, además de haber generado progreso en el pueblo.

Con la música aturdidora de fondo y mientras la gente bailaba al ritmo de cantos e instrumentos andinos y modernos, el intendente local, Leopoldo Salva, explicaba a Télam que llegaron «amigos de lugares muy distantes del departamento, como Salar de Pocitos, a 100 kilómetros al suroeste, o Talo, unos 45 al noreste».

Salva manifestó su alegría por el constante crecimiento de esta fiesta, que empezó cuando él era muy joven y reunía a poca gente, y ahora recibe a gente de otras provincias y también de ultramar.

«Fue acertada la decisión de difundirlo para el turismo; aún los que se oponía lo reconocieron, especialmente cuando vieron la parte buena al crecer las ventas de productos artesanales tradicionales, la gastronomía y el hospedaje», agregó.

En este aspecto, Teófila Urbano, esposa de Siares y una de las organizadoras de la fiesta, apunto que a partir de la difusión, «la gente comenzó a conocer lo que es la adoración a la Pachamama, la entendió y ahora nos respeta y respeta nuestra cultura».

«Antes la fiesta era sólo privada y a veces tan íntima que sólo la celebraban los mayores en las casas, y se iba perdiendo el sentimiento en los niños y nuevas generaciones, pero con esto ahora todos en las familias siguen la tradición», acotó la mujer, que fue una de las creadoras de la fiesta popular.

Luego de las rogatorias de Siares y el ritual en el pozo, siguió la música en vivo y el baile en grupos y rondas, con gente que portaba tanto coloridas whilpalas (banderas indígenas latinoamericanas) como cámaras de fotos o vídeos, de turistas que se sumaron a la fiesta.

Había puestos de artesanías y de comidas y bebidas, aunque muchos invitaban a amigos y desconocidos a compartir tragos de vino, chicha y una sangría de jugos y alcohol, que se sumaba a los tés con ginebra y ruda que se bebía desde la madrugada.

Cuando el sol siempre resplandeciente ocultó sus últimos rayos le sucedió una enorme luna, esplendorosa y brillante; para entonces ya había corrido suficiente alcohol como para que algunos descansaran en las escalinatas de la estación y otros regresaran tambaleantes a sus hogares.

A diferencia del poema «Fiesta2, la de la Pachamama no culminó anoche sino que se repetirá todos los días hasta fin de agosto en los hogares, clubes y todo lugar de reunión de amigos, en los que serán bien recibidos los turistas que quieran sumarse.

FUENTE: TELAM

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