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Tres golpes en la ventana, el libro de Edgardo Esteban.

Tres golpes en la ventana, el libro de Edgardo Esteban.

Tres golpes en la ventana
Autor: Edgardo Esteban
Editorial GES (Grupo Editorial Sur)

ISBN 978-987-3895-66-1
292 Páginas
Fecha de publicación 3 de marzo 2021

Esta conmovedora novela autobiográfica es una insondable búsqueda a través de recuerdos, costumbres y emociones de época, en coyunturas argentinas como el exilio de Perón o la dictadura de 1976.

Con inmensos dolores que no llegan a empañar las travesuras infantiles, en un contexto de violencia, que muchas veces exige demasiado de un niño de su edad; el joven Lalo crece en las calles de Morón haciendo frente al asesinato de su padre; la música de Sandro, los aromas de las comidas caseras, los gritos de cancha y las risas compartidas en complicidad juvenil que darán paso a la adultez, sus desilusiones y sus luchas, como la que encarnan Los hermanos Estevan para evitar que una calle de barrio lleve el nombre del asesino de su padre.

El amor hacia la madre y la familia y la capacidad de resiliencia son los pilares de este relato que habla de nosotros y nosotras, de nuestro tiempo, de nuestro país, dándonos magistralmente y para siempre Tres golpes en la ventana.

Como dice Luis Bruschtein en sus palabras liminares al final de libro “La vida de Edgardo encarna la violencia política y la guerra de Malvinas, heridas tremendas que formaron a varias generaciones de argentinos a partir del golpe del 55”.

Edgardo Esteban, periodista y autor de Iluminados por el fuego, nos sumerge una vez más con precisión y belleza en la tragedia de nuestra historia.

Prologo del libro.

Por Luis Bruschtein
La vida de Edgardo encarna la violencia política y la guerra de Malvinas, heridas tremendas que formaron a varias generaciones de argentinos a partir del golpe del ’55. Era chico cuando asesinaron a su padre, pero la guerra de las Malvinas lo alcanzó de pleno y de allí surgió “Iluminados por el Fuego”, el libro anterior sobre su experiencia como conscripto en la guerra.

No solamente se forjaron varias generaciones bajo esa influencia nefasta, sino que la sociedad que afronta ahora nuevos dilemas democráticos se forjó en ese pozo oscuro. Algunos referentes de estas democracias todavía no alcanzan a distinguir los deshechos de autoritarismo que nos arrojan aquellas experiencias desde el fondo de los años.

Fuimos vecinos por unas cuadras de diferencia y varios años de distancia. La vía muerta que describe Edgardo al principio, separaba Haedo de Morón, aunque todo pertenecía al Partido de Morón. Desde esa vía muerta que pasaba a unas cuadras de la casa de la familia Estevan, yendo hacia Morón empezaba un mundo obrero de grandes fábricas: La Cantábrica que era la metalúrgica más grande de América Latina y ocupaba varias manzanas; la Deca Deutz que fabricaba tractores; la Eternit donde se moldeaba el fibrocemento. En Morón y Haedo estaban la Textil Oeste, Cerámicas Haedo y había grandes obradores del Ferrocarril además de decenas de talleres y y otras fábricas medianas. Era un mundo obrero que se fue desmantelando con la dictadura y después con el menemismo hasta convertirse en una zona residencial. Yo vivía a unas cuadras de La Cantábrica en ese universo de obreros peronistas, de resistencias sordas y conspiraciones silenciosas.

La principal fuerza política popular fue proscripta y reprimida bárbaramente durante 18 años. En ese tiempo, lo único que podían difundir del peronismo eran diatribas en su contra y la difamación de sus dirigentes. Se creó una cultura hegemónica y excluyente sobre la base de esa enorme ausencia. Y hasta la actualidad se mantienen varios de esos paradigmas falsos o injustos.

Los mismos que proscribieron y alentaron la persecución, son los que criticaron después la violencia con que el peronismo dirimía sus conflictos y se horrorizaban por la heterogeneidad de sus filas. El movimiento popular proscripto y perseguido durante 18 años en la política, censurado en los medios, difamado en el sentido común hegemónico, dirigido por su líder a diez mil kilómetros de distancia, sobrevivió milagrosamente con muchos de los lastres que fue sumando en ese camino accidentado.

La base peronista solamente se referenciaba con Perón. Pero muchos dirigentes sindicales y políticos buscaban abierta o solapadamente apartar esa figura porque era la única forma en que el sistema les permitía intervenir. Enorme contradicción con la que tenía que lidiar la conducción de Perón desde España.

El papá de Edgardo, Joaquín, formaba parte de una juventud que sostenía el reclamo de las bases por Perón y debía confrontar con un sector de la dirigencia que se apoyaba en métodos mafiosos. Es lo que le dice a su suegro en William Morris: “no es tan fácil salir de la pobreza con estos gobiernos militares”, y que “recién cambiará la historia para el pueblo trabajador cuando Perón regrese del exilio y vuelva la justicia social”. Joaquín fue un dirigente clásico del peronismo combativo, que resultó asesinado por Pedro Martín, uno de esos mafiosos.

Hay un dicho popular: “Dicen que el mejor chiste que se le puede hacer a Dios, si es que existe, es contarle tus planes”. Argentina es un lugar donde pocas veces los planes salen como uno los piensa. Pedro Martín, que había sido el asesino del papá de Edgardo, fue secuestrado por los militares de la dictadura y desaparecido, supuestamente por una pugna interna.

Y en los años ’90, donde parecía que la globalización neoliberal era el punto culminante de la destrucción que había empezado con el golpe del ’55, bautizaron como Pedro Martín a una avenida de Morón Sur. Pero gracias a la determinación de Edgardo y sus hermanos, tuvieron que echar para atrás la designación, como relata en el libro.

El malentendido fue más allá, como se reveló una vez que fuimos juntos al Parque de la Memoria. Arrojé las cenizas de mi madre al Río de la Plata, desde allí, en 2013. Después de unos meses fuimos con Edgardo y su hijo Facundo a un acto. Mientras hablábamos en la pequeña escollera, adonde me acompañó para estar unos minutos, Facundo se fue a buscar el nombre de su abuelo en el muro. El abuelo Joaquín fue asesinado, no fue desaparecido, así que no está en el muro. Pero al que encontraron fue al nombre de su asesino, Pedro de Martín, que sí fue desaparecido. Una ironía trágica. Una pirueta mortal de los malentendidos típicos de los argentinos.

La muerte de Joaquín desgarró a la familia de Edgardo con heridas profundas, algunas de las cuales pudieron cicatrizar mucho después y otras que no cicatrizaron nunca. Las heridas de su familia se multiplican por miles de familias con padres, hermanos o alguno de sus seres queridos asesinados o detenidos desaparecidos. Es la sociedad misma la que tiene estas heridas horribles a flor de piel. Y a pesar de todo lo que se ha caminado, todavía muchos piensan que viven en un lugar “normal”, con una historia “normal”.

Por eso es bueno recordar esta historia, que se deja leer con fluidez, que es la historia de una familia, pero también de un país. No se puede avanzar sin asumir que hay mucha basura y limpiarla.