Por Jorge Eduardo Lenard Vives.
En 1939, Richard Llewellyn, en realidad Richard Daffyd Vivian Llewellyn Lloyd, basándose en los testimonios recogidos en la aldea minera galesa de Gilfach Goch, escribió su novela “¡Cuán verde era mi valle!”. El éxito logrado por la historia de la familia de Gwylym y Beth Morgan, hizo que dos años más tarde el director John Ford la llevara al cine en la famosa película homónima, ganadora de cinco premios Óscar. Según recuerdan los memoriosos, la cinta fue profusamente publicitada en Gaiman cuando se estrenó en las salas de este otro valle, que seguía (y sigue) siendo verde.
En una escena de la película, Huw, uno de los hijos del matrimonio Morgan, marca sobre un planisferio los diversos lugares del mundo donde se hallaban sus hermanos mayores; quienes habían abandonado el pueblo natal en busca de nuevos horizontes. Al unir los distantes puntos (Nueva Zelanda, Canadá, Estados Unidos y África del Sur), el dibujo forma un entramado que cubre el mapa; ante lo cual el niño dice a su madre: “tú eres la estrella que brilla sobre ellos desde esta casa, a través de los mares y los continentes”. Sin embargo, algo resulta extraño en la figura trazada; y es que Huw no señala en el mapamundi una región que para esos años – fines del siglo XIX – ya tenía una importante colonia galesa: la Patagonia.
Pero es que la vida y el escritor habían reservado esa porción del mundo para que el propio Huw desarrollase sus correrías. Al terminar “¡Cuán verde era mi valle!”, el hijo de los Morgan deja el pueblo sin mencionar su destino; misterio que se dilucida en la segunda parte de la saga, “Up into the singing Mountain” (1960). Huw emigra, por supuesto, a la Patagonia; sitio donde transcurre la novela en cuestión. Para tanto dan las aventuras de Huw en estos parajes australes, que Llewelyn escribe una tercera secuela: “Down where the moon is small” (1966), también enmarcada en el sur argentino. Finalmente, la obra que cierra la serie, “Green, green is my valley now” (1975), se ambienta de nuevo en Galés, cuando Huw vuelve de la Patagonia… a la cual piensa retornar, al terminar el libro, para pasar la luna de miel con su reciente esposa; quien desciende de galeses afincados en el Chubut.
Pero Llewellyn no pergeñó su novela a distancia. Su natural nómada lo trajo a nuestra zona al menos dos veces, para reunir información sobre el ámbito que albergaría sus historias. Por fortuna hubo un testigo presencial de ambas ocasiones: el escritor valletano Rubén Ferrari. En la primera oportunidad, que debió ser hacia 1953, trató en forma personal a Llewellyn. Según recuerda, era un hombre atildado y de baja estatura; estaba acompañado por Nona Sonstenby, su primera mujer. Así narra el momento: En Gaiman conocí brevemente a Llewellyn en los momentos en que él ingresaba con su esposa a “Plas y Coed” y yo me retiraba con unos parientes a quienes mi familia agasajó con un té. Entonces nos fue presentado por Dylis, la dueña de casa; y mi primo, que hablaba aceptablemente inglés, lo felicitó por la película «Cuán verde era mi Valle». Y luego, con «locus communis» que se utilizan a modo de convencionales despedidas, finalizó el conciso encuentro. Creo que su sombrero negro era del llamado tipo «hongo» y hacía juego con su traje del mismo color.
Años más tarde, en enero de 1956, Ferrari pasaba unos días de descanso en la hostería “Los Tepúes”, en el lago Futalaufquen, cuando halló a Mrs Nona Lloyd. De esta manera rememora la circunstancia: A su esposa (…), la encontramos en la sala de estar del lugar que mencionamos, acompañada por un hermoso perro y sentada cerca de un bellísimo fogón. Mi amigo Bened Hughes, (…), entabló conversación con ella, en principio por el llamativo perro, y en esa breve charla se enteró que era la esposa de R. Llewellyn. Sólo sé que ella expresó que en ese momento se encontraba descansando (se supone que lo hacía en su dormitorio).
El episodio relatado en esta nota ofrece una doble lectura. Por un lado, muestra, una vez más, la presencia de la Patagonia en la Literatura mundial como motivo de inspiración. Por otro, habla de la reiterada visita de escritores de fuste a la zona. Lo primero será motivo de una investigación y un nuevo artículo, según lo sugirió hace un tiempo la poeta y periodista Sandra Pien. Lo segundo nos mueve a pensar en la necesidad de profundizar en el estudio del pasado regional, rico en anécdotas como la narrada.
Sin dudas, la Patagonia siempre atrajo la atención de los literatos de todas latitudes. Algunos, como Verne o Salgari, situaron sus obras en estos parajes sólo con la ayuda de la imaginación; otros, como Blasco Ibáñez y el mismo protagonista del artículo, frecuentaron el lugar sobre el cual escribieron. En ambos caso, el denominador común es esa fascinación extraña, que la historia y el paisaje humano y natural de nuestras tierras meridionales ejerce sobre los artistas que tienen la sensibilidad para percibirla y materializarla en sus creaciones.