Sin dudas, el viento; ese espíritu austral que, así como la “vis plástica” de Avicena modelaba a su capricho formas de vegetales y animales en la naturaleza, cincela el paisaje del territorio…. y la personalidad de quienes lo habitan. Como todo espíritu es etéreo, nada más que aire; pero un aire libre, indómito, desbocado, con una impetuosidad vigorosa que a veces refleja la Literatura.Entre enero y febrero de 1937, Roberto Arlt viaja al sur argentino y describe sus experiencias en una serie de notas publicadas, con el título de “Aguafuertes Patagónicas”, por el diario “El mundo”. Entre esos artículos, reeditados pocos años atrás (1), figura uno llamado “En la tierra del viento”. Refiriéndose a la provincia del Neuquén, dice Arlt: “Todo aquí está sometido al imperio del viento, que sopla, aúlla, se queja y brama, dando en pleno verano la sensación del invierno”. Como para demostrar la omnipresencia de la singularidad climática en toda la región, Gregorio Mediavilla escribe, a principios de los cincuenta, su “Viento Sur”; que narra las aventuras del gaucho Sepúlveda, nacido en las Llanuras de Diana. Al finalizar la obra, sintetiza Mediavilla: “Cuando en las noches de invierno un triste silbido te despierte, tal vez recuerdes a los caminantes que azota el aguacero, a los que navegan envueltos en tinieblas, a los vencidos que buscan como albergue el umbral de tu puerta, y al mirar los cristales de la ventana, golpeados por la lluvia que empuja el vendaval, susurras con la emoción de un rezo: ¡Viento Sur!”.Al sur, al norte… ¿y en la Patagonia central? Dos escritores chubutenses, entre otros muchos, recuerdan que, remedando a Arlt, esa zona bien pudiera llamarse “el reino del viento”. Asencio Abeijón, en el relato “Viajando de cara al ventarrón”, de “Apuntes de un carrero patagónico”, narra: “La puesta del sol, con su horizonte oeste rojo, fue un seguro presagio de mal tiempo para los carreros (…) Una hora más tarde, el vendaval ha adquirido toda la violencia ruidosa que le ha valido la justa fama de infernal”. Por su lado, Hugo Covaro le dedicó la obra “Memorias del viento”, espléndidamente ilustrada por Khato; donde se encuentran continuas referencias al ubicuo fenómeno: “Yo voy al viento, y desde el viento vengo, a contar sus memorias, a nombrar a los hombres de la tierra que habito”.
Tiene, por supuesto, un lugar en la poesía. Mario Cabezas lo menciona en su poema “Viento patagónico”, del libro “Remolinos”: “Ay ventarrones, mi arraigo / tiembla con el temporal / brisas con sueños de furia / cierzos que son huracán. / Ay ventolera…”. En tanto, la fueguina Alba Chamán habla de él en “El viento de Río Grande”, de su obra “Ley 3.218”: “El calendario dice: con vientos, sin vientos. / Lo importante aquí, es si sopla viento. / Sin viento quiere decir que los yuyales / se inclinan hasta tocar el suelo. / Con viento quiere decir que hasta las torres / de petróleo parecen inclinarse”. También es mentado por el padre Raúl Entraigas en los versos de “Viento…“, del poemario “Patagonia. Región de la aurora“: “Rapsodia salvaje de tierras bravías / Préstame el acento de tus melodías / Para que yo entone también mi canción. / Quién creció arrullado por esos silbidos / Lleva a flor del alma, trocada en gemidos, / Como puñalada, tu lamentación”.
Cruzando raudamente la meseta por una ruta asfaltada, protegidos tras los vidrios de un vehículo “cuatro por cuatro”, o viviendo al cobijo de ciudades cuyos edificios atemperan su furia, para muchos el viento parece ser sólo una palabra. Pero para el trabajador rural que a caballo recorre el campo o junta la hacienda, para el petrolero que lucha con los caños en la boca del pozo, para el marino que se hace al mar en los barquitos amarillos, es una realidad cotidiana. Por ello resulta lógico que se refleje en las creaciones de los artistas abiertos al influjo del medio que los rodea.
(1) “En el país del viento”. Roberto Arlt. Editorial Simurg, Bs As, 1997. Prólogo de Sylvia Saítta.